21 febrero, 2008

ESPARDEÑÁS Y PEROL TRENCAT - XCVII

Nos interesa la tensión, Iñaki!- le decía el nieto de su abuelo en el plató de su propia casa televisiva, la de Prisa, ese grupo mediático diseñado con las cenizas del Movimiento y cuyos objetivos asimiló. Se lo decía a Iñaki Gabilondo, aquel el del kamikaze, cuyo invento utilizó como punto de inicio hacia una sutil maquinación.

-Los sondeos van bien, Iñaki, pero nos interesa la tensión, que lo nuestro es tensionar, -debió de repetirle el nieto de su abuelo- preocupado como estoy por la “tensión”, y que, mientras se enfrentan los unos a los otros a nosotros nos viene muy bien. ¡Iñaki! ¡Es esto lo que tenemos que hacer! Que cada uno a lo suyo, que a los nuestros les gusta, tan contentos como están.

Así, más o menos, debió de terminar aquella pérfida perorata, el maligno manifiesto, o lo que simplemente pudiera ser la orden de servicio para la campaña electoral pronta a comenzar, momentos después del “corte interruptus” producido por alguien que cuando se dio cuenta de que ambos estaban en el aire, alarmado porque el nieto de su abuelo mostrara a los cuatro vientos la auténtica verdad de su talante, cerró la llave ipso facto. Así, de aquella guisa, le escuchaba Iñaki, el de las encomiendas al servicio del socialismo español, ignorando ambos que “las paredes oyen”, cosa que por cierto muy bien sabía Juan Ruiz de Alarcón.

Iñaki Gabilondo, el que hace unos pocos días y en grata conversación con Zapatero, esta vez más atentos a la platea de la opinión pública ante el televisor, –la entrevista ácida la había agotado Iñaki con Rajoy unos días antes-, le preguntaba al nieto de su abuelo a instancia de un oyente si sabía la fecha exacta de la Revolución Rusa –prueba que Zapatero superó- pero no aprovechó la ocasión para preguntarle por la de Asturias, hija ésta de aquella y ambas tan relacionadas, y de la que su propio partido fue el principal promotor para derribar un Gobierno constitucional salido de las urnas. Pregunta que, por supuesto, también hubiese sabido contestar con mayor facilidad aún si cabe, pero con un ligero carraspeo en su garganta, allí donde nacen todas sus mentiras.

Ya en plena campaña electoral, el anticlericalismo rancio y analfabeto siempre en la palestra, inescrutable al desaliento, no cesa en el más puro ambiente manipulador. Ese árbol de frondosa vegetación, casi iletrado, que impide ver el bosque a quienes sin tener ningún vergel, nutren sus raíces de un odio visceral acumulado en ausencia del más elemental discernimiento.

Ahora, como siempre, les da por insultar y tratan de forma despreciativa el significado de derechas a la que tratan de violenta. Como si no fuera el santo y seña de la camada de incendiarios de puño en alto con estandartes de asesinos reconocidos por todos cantando la Internacional, o quemando la imagen de un Jefe de Estado refrendado por la actual Constitución animados por Gaspar LLamazares. O como si fuera la derecha quienes amenazan a las mujeres cuando van éstas a dar una conferencia a un centro universitario con sus manos blancas pertrechadas sólo de la palabra, como han sufrido María San Gil, Dolors Nadal, Rosa Diez en el plazo de los últimos siete días. El fruto de los enfrentamientos auspiciados por Zapatero desde el primer día en que llegó a la Moncloa, sembrando vientos contra el Partido Popular de acuerdo con su talante, cuyo significado y alcance ha quedado bien claro en el plató televisivo de su propia casa.

Las universidades españolas, centros de debate y de la reflexión, se han convertido en todo lo contrario con la mirada a otra parte de sus rectores que no nada hacen por impedir el acceso a las aulas de quienes son sobradamente conocidos en sus modos y maneras. Cosa que sucede, especialmente, donde la barbarie del izquierdismo nacionalista –turba, que por lo visto ignora la Academia del Cine- se ha hecho dueño del debate, insulta al argumento, oculta la razón y menosprecia al oponente. Y esto último como mal menor.

Cosa que también sucede en la Universidad Literaria de Valencia, donde defender la historia y personalidad de la Lengua Valenciana resulta un imposible para cualquier profesor hombre libre que se precie, merecedor para el que lo haga desde el insulto más sectario hasta la amenaza personal. El debate en la Literaria valenciana sobre nuestro pasado cultural pasó a mejor vida y el pensamiento único, tan doctrinario como inculto, se ha hecho dueño de un claustro disfrazado con la mentira y dispuesto a la usurpación de nuestra Lengua.

La virginidad, tan necesaria en los matrimonios medievales de estado, cuya autenticidad había que demostrar sin pudor con la mancha roja sobre el blanco lino para ofrecerla a los ojos desconfiados de una nobleza en los instantes previos a una boda real, tiene la gracia de pertenecer a un recuerdo con aires de sainete, pero que trasladado a nuestros días, como prueba documental, nos suena a la guasa más profunda, a la más mezquina, a la más estrafalaria. Ahora va, y resulta, que la Vicepresidenta del Presidente es “la mayor fallera del reino” y nos enseña la fotito de fallerita infantil de muy pocos años de edad, como la mejor prueba de una valencianía virginal. Todo nos resulta tierno y conmovedor, al gusto de una corte enfervorizada, presa fácil, convencida de lo que la Vicepresidenta del Presidente nunca ejerció.

La izquierda valenciana, fiel a la orden de la necesitada tensión y en un estado de hostilidad latente, tal y como lo define la RAE, ajena al futuro, sólo mira al pasado y nos lleva en andas paganas al 23-F, o los tiempos del la Inquisición, en un ejercicio ausente de la más elemental intelectualidad, de la que sin embargo tanto presumen.

Lo mejor será cocer a fuego lento la tensión que nos ofrece Zapatero, manteniendo la esperanza de que su propia mezquindad se pierda entre los aromas pestilentes de sus propios vapores, una vez haya hecho “perol trencat” el anuncio de su infamia.

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