20 septiembre, 2007

ESPARDEÑÁS Y PEROL TRENCAT – LXXV

A la radicalización bananera corresponde la respuesta de una frase tan famosa como simplona aunque bien cierta y tantas veces repetida. Su sonoridad es tan pegadiza como libres sus burbujas, que rápidamente se diluyen ante los ojos expectantes de un efecto inesperado. Corresponde al más simplón de los experimentos, esos que muchos aconsejan hacerlos con gaseosa, según la famosa frase cuya autoría se desconoce aunque sean muchos quienes la atribuyen al ilustre ingenio de un escritor español, como también pudiera haber sido producto del ingenio popular y dicharachero tantas veces brillante.

Y digo bananera, porque cuando se pretende reformar lo que no es necesario, en una decisión tomada por obra y gracia –o desgracia- de una febril noche de insomnio, una vez conocidos sus resultados que a la vista están, el adjetivo, aunque bien explicito, se queda corto. A su significado tercermundista hay que añadirle también el lado nefasto de cualquier radicalización, que si es conveniente cuando la situación lo requiere, no lo es de necesidad cuando el pueblo no la pide, y es entonces cuando encuentran su acomodo, como asnos desbocados, aquellos que están dispuestos a las rociadas de gasolina con la facilidad que les da una tolerancia mal entendida, esa tan de moda en nuestros días.

En la España rica en fiestas y conmemoraciones de todo tipo, las acémilas de siempre aprovechan la ocasión para quemar la bandera y retratos del monarca español, cuyas simbologías, que son de todos, las convierten en antorcha de sus manos salvajes propias de un dogmatismo descerebrado ajeno a cualquier reflexión intelectual.

Y todo, producto de la radicalización bananera auspiciada por quien nos anunció los tiempos de un nuevo talante que nos iba a dejar a todos encantados, cuando ahora, por otra parte, resulta que estamos participando en la Champions League, por supuesto goleando, según nos dice Zapatero en la más absoluta banalidad, mientras tanto, vemos absortos cómo le da a la pelotita, la que Solbes le devuelve sin quemarse, idéntica a esa que le gusta rodar por el mullido césped de nuestros estadios, cuando todos creíamos que lo suyo debía ser gobernar. Campos de fútbol en los que por cierto, ya hay voces que piden la celebración de partidos internacionales, aunque eso sí, desamistosos, como vulgares mamarrachos, dispuestos a dar la nota saltando contentos enfundados en una camiseta light de marca no reconocida.

Los Touroperadores de las pateras siguen haciendo su Septiembre particular al igual que en cualquier otro mes del año. A las ofertas isleñas de las cercanas Canarias y a las costas andaluzas de trabajo fácil, se suman ahora las nuestras, más turísticas que nunca, con la complicidad de los gobiernos que se ven incapaces de evitarlas después de unas negociaciones tantas veces anunciadas como sus promesas incumplidas, de lo que se aprovechan las mafias ofreciendo un viaje con hora fija de salida pero del que se ignora la de llegada. El alojamiento y la media pensión irán por cuenta del cliente, toda vez que no se indica en la oferta, como tampoco el lugar donde pisar las pocas fuerzas que les queden, si es que no se han quedado bajo las aguas impedidos para rellenar cualquier hoja de reclamaciones. Ello motiva la falta del dato de los que se quedan por el camino, lo que nos impide saber la cuantía total del flujo migratorio que suspira por nosotros.

Los asuntos internos del Compromís se retuercen cada vez más y todos sus integrantes tiran en dirección contraria en los estertores de su muerte. Tratan de sacar la mejor tajada, al igual que los que tiran del cobre entubado inutilizando los pozos de riegos, sustento de los huertanos huérfanos no sólo de agua que necesitan, sino también de una seguridad policial, que como el trasvase del agua, ocupan el centro de sus sueños.

En la antesala de las elecciones entramos de lleno en la época de rebajas que terminará en marzo y todos los partidos nos ofrecen el mejor regalo, aunque muchos de ellos jamás llegarán a nuestras manos dejándonos con la boca abierta. Al menos, los más jóvenes, tendrán gratis la salud dental, listos para salir en la foto. No así los pensionistas, que con muchos años pero pocas muelas, deberán mantener su boca prieta sin ocasión para lucirla.

Mariano Fernández Bermejo, el Ministro rockero que lo es de Justicia, y del que se supone debe ser el primero en exigir el cumplimiento de la Ley, acepta, sin embargo, y puede que hasta de buen agrado, que no se cumpla con la obligación de colocar la bandera del Gobierno que él representa en los establecimientos institucionales. El que fuera guitarrista y algo guerrillero, cierra los ojos, y mirando hacía otra parte no cumple con su deber principal de que se mantenga la Ley a la que prometió hacerlo extendiendo su mano sobre el Libro Constitucional, cuyo principal emblema es la bandera de todos, incluso de los que la necesitan para quemar en ella su escasa masa cerebral, desparramada por sus ideas sombrías y albergada en los recovecos de un falso intelecto aborregado.

Al Perol con Zapatero el bananero, en tiempos de rebajas, cuando estuvo tanto tiempo dedicado a enfrentarnos a todos con falsos procesos, memorias histéricas, ahora silenciados y dedicado a su Champions League a la que llegó por accidente

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