09 agosto, 2007

ESPARDEÑÁS Y PEROL TRENCAT – LXIX

El fuerte calor que nos vuelve locos, actúa sobre nuestras vidas sin pedir permiso y entra en ellas para agotarnos. Lo hace sólo de pasada, pero apropiándose de nuestras reservas que no le sirven de nada, dejándonos sobre el asfalto tirados en la ciudad, y abandonados por quienes de ella huyen con el deseo de hacer turismo. Y no sólo quedamos agotados, rendidos a su látigo cruel, sino también en la más absoluta oscuridad con la mayor de nuestra impotencia. Algunas calles de nuestras ciudades se apagan, se quedan a oscuras, y tienen que poner generadores que restituyan su luz, pero que rompen el silencio de la noche impidiéndonos descansar. No sabemos si el apagón es debido a la falta de los medios necesarios, o si al estar tan abocados al consumismo, no caemos en la vieja cuenta que hacían nuestros abuelos: de llenar los graneros durante los inviernos para cuando llegara el verano. No pensamos en ello, y lo único que tenemos en cuenta es en consumir más y más, sin caer en la cuenta de hasta dónde podemos llegar, ni lo que la Administración nos puede ofrecer. Y es que cuando se crece en desmesura, lo más fácil es que la presión aumente y sea algo lo que reviente.

A los apagones urbanos se le unen la luz de los incendios. Como el de un polígono en Albal, que ha dejado achicharradas más de 3.000 TN de pescado congelado cuando no eran estos, precisamente, quienes sufrían los calores del verano. Hasta el hielo se quema, cuando ya ni siquiera refresca. Los montes se queman por el calor y a los peces les sucede lo mismo, pero envueltos en frío; es la contradicción del verano que como la lluvia, nunca quema a gusto de todos. Si el calor dilata los cuerpos, ahora nos estruja la mente con temperaturas que pasan los cuarenta grados con más facilidad que nunca. Todo cambia. Como el climático, cual cajón de sastre que todo admite, y que seguramente tiene la culpa de todo. Sólo el transcurrir del tiempo nos hará olvidar el problema, una vez llegado el invierno que, como en los meses de calor, nunca hará frío al gusto de todos.

Y pese a tanta oscuridad, o quizá por ella misma, ya tenemos hasta espías rusos infiltrados en las entretelas de CNI. Creíamos que sólo existían cuando la guerra fría, o en las películas de James Bond, pero es que nos infravaloramos; y no caemos en la cuenta que seguimos siendo importantes, pese a tanto desafuero.

El que se ha aprendido la lección con servil rapidez ha sido Antonio Bernabé, nuestro delegado gubernamental a las órdenes de Zapatero, ahora intentado liarnos. Anda lanzando soflamas de lo que se gasta el Gobierno en nuestra Comunidad todos los días del año, cuando lo único que ha hecho desde que empezó a gobernar es parar proyectos uno tras otro, en toda nuestra Comunidad. Según nos dice, se gastan más de cinco millones diarios de euros. Sabemos que nos toman por tontos, por lo que no puede extrañarnos la memez del Bernabé. ¡Sólo faltaba que no hubiera partidas presupuestarias para Valencia en los gastos del Estado español! Me recuerda a aquellos padrinos roñosos, y sin embargo ufanos, que lanzaban baratijas de rigor a un público infantil al que obligaban a agacharse, mientras se perdían contentos por la calles fumándose un puro por su enorme generosidad.

El científico Santiago Grisolía nos propone como parte de solución al problema del cambio climático, el control de natalidad: “si seguimos creciendo, los problemas se agravarán”, nos dice; y abunda, que la superpoblación es el mayor problema de la humanidad. El qué, porqué, quién, cómo y cuándo, o sea las claves de la solución que nos plantea para tan grave problema, no están tan claras. Más si cabe, en el tercer mundo, que tanto ignora el significado de estas preguntas sin plantearse siquiera el cómo o el cuándo. En él, (tercer mundo) cada vez son más, pero se mueren antes; mientras que los que están en la parte más avanzada del planeta tardan más en morirse y las familias son cada vez más pequeñas, porque ya practican el control. Así pues, nuestro científico debe referirse en exclusiva al tercer mundo, al que habrá que explicarle la cuestión del problema con la esperanza de que lo entiendan.

No obstante, lo que dice D. Santiago es digno de tener en cuenta. No así al pronunciamiento de Rosa Regás, la tan desnortada como inculta y algo maquiavélica Directora de la Biblioteca Nacional –incapaz de cualquier reflexión intelectual acerca de la existencia de un Siglo de Oro de la Lengua Valencia al que desprecia- cargo obtenido sólo por su credo político y no por otra cosa. De melenas cortinadas donde oculta su lado más oscuro, la sectaria dama dice que ha dejado de leer la prensa, así como que ya no ve la TV, ni escucha la radio: porque todos los medios de comunicación han dejado de alabar al Gobierno. Del que gracias a él, ella cobra y vive muy bien. Abunda, en que los medios van a favor de la oposición y que por esa guisa reniega de todos. Y no nos extraña, después de oírla en tantas ocasiones dando soflamas incendiarias, hasta creencias faltas de todo rigor, pasando por multitud de memeces, el que ahora nos salga diciendo que el Imperio Polanco, el que navega por prensa, TV, aire y cable hecho a su imagen y semejanza para el exclusivo uso y servicio del Partido Socialista, nos diga ahora, que están haciendo campaña a favor del Partido Popular es porque no carbura bien. Solo conociendo a tan inculta dama, uno alcanza a comprender hasta donde llega su perverso orgullo, quizá roto de nervios por haberle llegado la onda de su pronto final.

Metamos en nuestro Perol a Rosa Regás, a Bernabé y a la Narbona, aprovechando de ésta su visita. Agitémosle con fuerza, y tras un buen garrotazo, ver si despiertan. Quizá así adquieran la conciencia que les falta y dejen de ningunear a los valencianos tratándonos con respeto. Qué así sea.

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