02 agosto, 2007

ESPARDEÑÁS Y PEROL TRENCAT – LXVIII

Lo sorprendente es lo anormal, aquello que sucede rara vez, y que cuando ocurre, nos asaltan las dudas por lo inverosímil que nos resulta. En ocasiones, vemos gatos encerrados cuando no los hay, ante nuestra más insólita e imaginaria perplejidad. La bajada de los sueldos en Las Cortes Valencianas a cargo de la Presidenta Milagrosa Martínez, quizá haciendo honor a su nombre, es como un milagro en estos tiempos ausentes de fe cristiana, en los que cada vez hay menos creyentes y quizá por ello la caridad es más escasa. La decidida dama no lo ha dudado ni un instante y se ha bajado el sueldo a casi la mitad, así como ha impuesto una notable reducción a los miembros de su Mesa como también a los portavoces, de cuyos sueldos han visto exprimido un treinta por ciento sus ingresos. Quizá sea sorprendente, quizá sea anormal, o quizá sea extraño, algo que por ser infrecuente nos suena a raro. Lo que nos gustaría saber, es si semejante decisión prevalecerá en el tiempo o perecerá en su intento, con la vuelta a la normalidad, pues nadie cree en los milagros.

Es lo evidente, cuando hay viento las hojas se mueven y a nadie le extraña, ni siquiera se pregunta, si es el nuestro de Levante o nos viene de la Meseta con alguna misión a cuestas. Esto es lo que sucede en torno a Rodríguez Zapatero en vísperas de sus vacaciones de verano y en medio de un calor sofocante que nos produce agobio. Algo se mueve en torno a su actitud hacia nuestra Comunidad Valenciana, siempre tan olvidada. Los socialistas valencianos están atentos al parte, el del tiempo, ya que en cualquier instante puede anunciar fuertes tormentas, cargadas de piedras y con gran aparato eléctrico. El Presidente Zapatero lo hace con tiento, con su habitual talante: su falsa marca de fábrica que tanto daño ha producido por todo el territorio español durante la actual legislatura, ya en su recta final, y que ha destacado por enfrentamientos baldíos por culpa de un falso proceso de paz que engañó a mucha gente.

Ahora, juega una baza anidada en su alma, mejor decir en su mente, la de Jorge Sevilla. A tal propósito le dedica toda su atención, o sea, con sumo cuidado. Si antes le vino bien la docilidad de Ignacio Pla, el gestual mimo de la Albaida, tan aficionado al cava, y de tez blanquecina según vimos en los carteles de su última campaña electoral, ahora Zapatero ha colocado en su recamara al cesado Ministro, cuidándole con sumo detalle y evitando la posible deflagración.

El mando a distancia, como la batuta, los lleva Zapatero desde la Moncloa, pero conectado a la red a través de Juan Lerma, ese “niño” de pelo cano total y en paro permanente, que vive del cuento en su asiento vitalicio del Senado español. Habrá que ver lo que dice el DNI de Lerma, en el apartado profesión: si político o hábil vividor; porque si le acredita como “consejero delegado”, no se le conoce el caso, o al menos, lo lleva con mucha discreción.

Así pues, Rodríguez Zapatero mueve las fichas de dominó por su fría mesa de mármol, ajena y lejana de Blanquerias, la sede del PSPV. En ella, vemos su fachada escondida tras un colgajo oscuro y gris –incumpliendo la ley- y en su interior, presumimos unas voces calladas que sin reponerse de sus desdichas ganadas a pulso, y dando tumbos, elucubran en la más absoluta de su incertidumbre. Los socialistas valencianos navegan vacíos de contenido, pues sus credos han dejado de tener sentido, y ya no saben donde colgarlos. Salvo en su degradada fachada situada ante el porte bizarro de la Torre de Serrano que no sabe de mentiras. El único afán que les alberga, es el de mantener su buen sueldo, un estatus inimaginable para ellos y mantener sus negocios, por no decir chanchullos. Eso sí, sin crear puestos de trabajo dedicación que nunca ejercieron.

Cuando creíamos que las medusas se alejaban de nuestras costas con los remos de sus brazos, vuelven camufladas en su cuerpo transparente y flotando en su esponjoso orgullo. Dicen los vigías de las rutas de cabotaje que lo hacen en dirección a nuestra costa, a la que van llegar tarde para ver la finalizada Copa del América, por lo que tendrán que esperar dos años más, con el peligro de instalarse por todo este tiempo. A la incomodidad que suponen para los bañistas, un picazón bajo las aguas, se le unen las fuertes temperaturas que nos amenazan, así como una vez fuera de las salinas aguas, el peligro al saltar sobre las hongos putrefactos que se alinean en la arena, viendo como las aguas serpentean por la orillas del mar acariciándolos suavemente. La amenaza es doble y creciente, pues se le suman lo incendios en nuestros montes, que vuelven a ser páginas de actualidad con la única esperanza de que no abunden, porque nada saben de la América Cups.

Salvado el tiempo que nos separa del vandalismo medieval, y al del decimonónico francés que expolió a España, cual ojos del Guadiana, aparece un nuevo monstruo destrozando el arte rupestre valenciano o cuanto le viene en gana. Igual se enfrenta a garrotazo limpio o con un spray (del que sale una fetidez semejante a la que emana su aliento) a cualquier monumento, tranquilo y apacible, situado a la sombra de un jardín urbano, o quema un contenedor, almacén de sus desechos y que entre ellos goza. Por supuesto, nada semejante al instinto depredador de aquellas bestias que nos invadieron, pero que en el fondo subyace el mismo vacío de la ignorancia. El actual salvajismo nace después del botellón, del que siempre nace un ramal, el más salvaje, que se expande hacia la barbarie. Y también, no crean, antes de la fiesta nocturna, cuando la sangre está tan limpia de alcohol como sus mentes vacías sin nada aprovechable. Son las consecuencias del desastre en la enseñanza de estos últimos treinta años que ha generado una parte de la juventud abocada al fracaso. El fruto logrado, es que la inmensa mayoría no distinguen el río Tajo del río Duero, al igual que ignoran lo que somos o lo que fuimos; ni siquiera saben de allá donde venimos. Ante tal situación, a nadie le puede extrañar tanta pandilla brutal dedicada al estropicio como única actividad que les distraiga.

Aprovechemos en esta ocasión nuestro Perol para alojar en él a tanta acémila suelta, con la vana esperanza de que sea posible erradicarlas, como cualquier otra utopía siempre necesaria. Al menos, soñemos con ello. Qué así sea.

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