04 octubre, 2007

ESPARDEÑÁS Y PEROL TRENCAT – LXXVII

¿Qué sería de nosotros ausentes del motor que nos sirve de impulso, ya caminando hacía adelante, ya hacía atrás, y que al mismo tiempo nos posibilita el zigzag necesario para confundir a nuestro oponente o tratar de ayudarle cuando nos pide auxilio en cualquier momento del día?

Como troncos, seriamos como troncos, anclados al suelo viendo pasar el tiempo, haciéndonos cada vez más gordos, estirando nuestros brazos al cielo, fijándonos a la tierra inútiles como un mojón y deteriorándonos con los años. Necesitamos pues, de ese motor perfecto, esbelto, patizambo a veces, cuyo par de cilindros coincidentes en un punto fijo del que nacen, es también lugar de residencia del más fiel atributo de nuestra personalidad. Ese que se acredita, igual se trate de varón o hembra, por su fuerte temperamento, por su desprendida constancia y por su capacidad de resolución; el que es vulgarmente conocido y mejor entendida si es así como se matiza: el de un par de redaños.

De esos que empleó Isabel la Católica, que por el tiempo en que vivió y por lo que tuvo que luchar para conseguir la corona, convencida de su derecho, nadie puede dudar de que no los tuviera; o los que no usó Fernando VII que por lo fácil que se lo pusieron, nunca tuvo la necesidad de utilizarlos.

Redaños, que materializados o no, en colgajos, o presentidos en nuestra creencia, forman una parte de nuestro cuerpo sin duda en el lugar más querido. Sin embargo, y pese a su vital importancia, algunos los abandonan con frecuencia (o nunca supieron de ellos) y utilizan entonces para otros fines el lugar donde nace la bisectriz, para cometidos más infames, empleándolo como vulgar escombrera donde arrojar sus obligaciones. O sea, en la más desleal de las acciones: la de pasárselas por la entrepierna.

A Rodríguez Zapatero, el gran maestro en pasarse por el arco del triunfo la España Constitucional mediante concesiones nacionalistas a quienes siempre les parecerá poca su cuantía –consintió bautizar como nación lo que por definición no le corresponde, en contra de la mayoría del pueblo español cuya soberanía desprecio sin darle opción a expresarse - se le une una vez más Ibarretxe, que de frente ancha sobre cejas de diablo y mata de pelo como de fregona rasurada dispuesta a ensuciarnos, baboseando en sus miserias, nos anuncia un “Día D Hora H” perfumado de gasolina, pasándose por la entrepierna todo el ordenamiento jurídico existente en la Unión Europea a lo que asistimos tan callados como estupefactos. De aquel barro estos lodos, propios de unas negociaciones tan pactadas como escondidas, por mucho que no quiera vender la burra Zapatero de que no participó de una hoja de ruta previamente pactada, si no en su forma, sí en el fondo. El de la entrepierna.

Se ha colocado la primera piedra al circuito urbano de Formula Uno, el que discurrirá por la nueva zona ofrecida al mundo, ya sabedor éste de su existencia, gracias a las mil y una portadas en las que hemos sido protagonistas. Corresponde al nuevo emblema de una ciudad que crece a velocidad de vértigo, lejos de otros manifiestos cavernícolas que van tomando cuerpo en otras ciudades, más dispuestas al enfrentamiento salvaje que a enorgullecerse de una convivencia ganada a pulso gracias a un proyecto político puesto como ejemplo por todos, motivo de sana envidia internacional, como nuestra asistencia en F1, que será el fiel testimonio de la presencia española en los circuitos urbanos de alta velocidad.

A la que sumará también, dentro de poco, el concepto de España en la genial obra de nuestros ilustre paisano Joaquín Sorolla, que al igual que otros muchos intelectuales, de ahora y de siempre, jamás dudó de que cualquier ribazo, trozo de nuestras costas -tanto las bravas norteñas como las cálidas mediterráneas- como nuestras ricas tradiciones y sanas costumbres, conformaban todos el mejor retazo para crear un mosaico donde se recreara nuestra vieja España. Ahora cuestionada por los incendiarios de siempre, que como zafios pirómanos, están más deseosos de calcinar nuestra convivencia, al igual que otros lo hacen con nuestros bosques, aprovechando cualquier circunstancia que le sea propicia.

La Audiencia Nacional no considera como delito la pertenencia de todo el material terrorista que los etarras detenidos en un hostal valenciano por los servidores de los Cuerpos y Fuerzas del Seguridad del Estado llevaban consigo. Aduce el alto Tribunal que la Policía Nacional no contaba con la “obligada” orden judicial de registro, por lo que no les aplican pena alguna. El mundo se derrumba a mis pies y la Justicia le da el tiro de gracia. Qué descrédito el de unos jueces más atentos a la defensa del que desea matar y se prepara para ello, que a su obligación de proteger al que va a ser blanco del tiro en la nuca, o a los llamados a convertirse en carne de coche bomba. Ver a unos jueces dispuestos, como así lo han hecho, a poner trabas y zancadillas a quienes persiguiendo a los delincuentes -armados estos como bestias- los cogen “in fraganti” procediendo a su detención, nos dejan atónitos e indefensos y a merced de una banda criminal cuya presencia en la vida nacional no tiene el desprecio que se merece, al menos por unos cuantos pocos, que están, por desgracia, presentes en nuestras instituciones.

Al Perol pues con tanto cretino y que en él mediten. A ver si aprenden que su principal misión es buscar por todos los rincones de las Leyes, de nuestras Leyes que nos protegen, que el terrorista nunca debe salirse con la suya y que una vez detenido, su obligación es la de juzgarle, que para esos son jueces.

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