01 noviembre, 2007

ESPARDEÑÁS Y PEROL TRENCAT – LXXXI

Es oronda, envanecida y se recrea en sus propias prendas, despreciando las ajenas, como si de ramplonas o vulgares se tratasen. La soberbia, que tiene nombre de mujer, es no obstante unisex, pero sin embargo, el mejor ejemplo de su existencia lo tenemos en el grasiento y granulado rostro de una ínclita mujer: esa que dice llamarse Cristina Narbona, a la sazón Ministra del Gobierno Zapatero en su puesto del Medio Ambiente. El que para ella más parece del ambiente propio, en donde se desenvuelve altiva e insaciable y en cuya ínfula se considera centro de atención. Engreída por la contemplación de sus propias prendas y con menosprecio de los demás, tal y como dice la RALE. En su soberbia, la inefable Ministra ha afirmado que el trasvase del Ebro “¡no se hará!”. Lo que está bien claro, al menos, es que no será ella quien lo haga, al menos por el momento.

Dios, dijo que haría el mundo en siete días, pero al menos hablaba por Él, y le sobró uno. Cumplió con su palabra. Pero la diosa pagana nos habla, ¡de qué no se va a hacer! como dueña de los deseos y acciones que otros intenten a los que seguramente pretende atar sus pies. Y quizá sea, porque en su soberbia infame, no entiende que sólo hay una forma de practicar la solidaridad: la de dar al menos lo que te sobra. Práctica, que por supuesto no ejerce en las cuestiones propias de su cargo, más atenta siempre a los negocios de pasillo.

Y tan soberbias como interesadas son las razones que la desleal dama aduce pactadas con los trileros: aquellas que el que más tribute, sea el que más reciba; esas tan a gusto del nacionalismo ramplón dispuestas a ser utilizadas como moneda de cambio. Sin entender la dama, dueña de su soberbia, que es al contrario, qué aquel que aporte menos –dado sus escasos medios- debe de ser el que más reciba, porque es el que siempre más necesitado estará, a costa, claro es, de los que más tienen, principio básico de la más elemental solidaridad. A la que la soberbia, los nacionalismos y la Narbona no terminan de asociarse, y no porque no se entiendan, porque… ¡vaya si se entienden!

Como también es cuestión de soberbia el caso de la patada a la cara de una joven ecuatoriana, dada por un rufián, que amparándose en la soledad que le brinda el vagón de un metro y dueño de su perversidad, se cree en la potestad de dar golpes, amo y señor de su razón.

Algo así, como la proclama altanera y arrogante de la Ministra aludida, que cada vez que visita Valencia, o incluso desde muy lejos a veces, nos da patadas a diestro y siniestro sin el menor decoro, con la fuerza de su verdad, que no es la que coincide con el interés de todos los valencianos.

Soberbia, como aquella cólera que corrió como la pólvora por los pueblos de España en una persecución religiosa contra quienes eran ajenos a cualquier ideología política, sólo dueños de su fe. Y fue por ella precisamente, por la fe que practicaban, por lo que sus asesinos les obligaron a blasfemar sin conseguirlo, por lo que fueron torturados y ajusticiados por los esclavos de su propia soberbia que, coléricos, practicaron la crueldad en los cuerpos indefensos de los más débiles, de cuyas voces salía el perdón hacía sus propios verdugos. Mártires de la barbarie, que nada tenían que ver con el tiro en la nuca que dos ideologías enfrentadas practicaron en aquellos años republicanos previos a una guerra civil: la que después sería la mejor cancha para el martirologio, a semejanza de la persecución contra los cristianos en los antiguos circos romanos. Y esto, parecer ser, que algunos no lo quieren entender, ni les interesa, ciegos por su soberbia.

La soberbia, que como el humo que ciega los ojos, nos impide ver las cosas claras; y no son cortinas de humo precisamente las que cuelgan en las paredes internas de Izquierda Unida. Las paredes oyen, decía Juan Ruiz de Alarcón, pero no hablan, por lo que están todas mudas, y esa debe de ser la razón de que sean algo más que sutiles cortinas las que desunen a quienes aspiran al liderazgo dentro del partido comunista, organización camuflada en una nomenclatura cada vez más dividida que, ella misma, se declara unida. Llamazares y Gloria Marcos, más callados que otra cosa y mirándose de reojo, permanecen expectantes ante la presentación del primero en su candidatura como cabeza de lista para las próximas elecciones; a diferencia del PSOE y PP que ya tienen su candidato, a falta de algunos flecos: los propios de cualquier presentación publicitaria.

La actualidad nacional está en el fallo del 11-M por la Audiencia Nacional, uno de los juicios más rápidos que se recuerda en el mundo occidental tras un acto terrorista, por lo que debemos congratularnos todos. Atentado, que desde el mismo instante de su ejecución -incluso antes de la detención de sus autores por el Gobierno que informó en tiempo real y cumplidamente de la autoría del atentado, sin descartar otras, como era su obligación- fue hábilmente utilizado políticamente para sacarle buena renta electoral en un caso insólito de manipulación y de mentiras. El que terminó más tarde dividiendo a los españoles en dos bandos enfrentados como si hubiera dos terrorismos diferentes, lo que nos debe causar un fuerte sonrojo a todos. Mentir diciendo que son otros los que mienten, para ocultar una mentira que convertida en verdad manipule a las masas, es un ejercicio para el que se necesita ser de un talante muy especial, como hemos visto y comprobado en la actual legislatura de Zapatero.

Al Perol con los soberbios, ufanos de sus mentiras y de su verdad absoluta. Envanecidos en el dogmatismo de los políticamente correcto, mantengámoslos bien alto arriba de la cucaña hasta que caigan por su propio peso, el fardo de su ignorancia.

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