17 agosto, 2006

ESPARDEÑÁS Y PEROL TRENCAT - XV

Nobleza obliga dice el dicho. Y no sólo a las personas de real linaje con la savia de sangre azul. También a las gentes del pueblo llano, quizá más nobles, pesan sobre sus espaldas la exigencia de cumplir con su obligación.

La obligación tiene el aspecto del duro esfuerzo y del sudor digno. Quizá de semblante empalagoso pero de fruto dulce como la miel. Es como una imposición o una exigencia moral que nos persigue a todos y que no podemos ignorar. Más si cabe, en quienes ejercen la tarea de Gobierno y en correspondencia que se debe tener y manifestar, en beneficio del pueblo al que se deben. Resumiendo en román paladino: a las obligaciones nos debemos todos, pero algunos más que otros, aunque en ocasiones se escaqueen y nada quieran saber.

La verdad es que tengo debilidad por esta mujer de tez ruda, labios gruesos y mirada entrecerrada protegida por un flequillo punzante, siempre al ataque y con muy mala intención. Me refiero a Doña Cristina Narbona, Ministra del Medio Ambiente del Sr. Rodríguez Zapatero. Cada vez que viene a nuestra Comunidad aprovecha la ocasión para dejar su huella infame. En su última visita acaba de decirnos, henchida y voz en alto: “que si no hay agua disponible no tenemos obligación de darla”. ¡Acabemos pues! Si quien nos gobierna no tiene obligación de darnos lo que nos falta, pensemos pues para qué narices está la Ministra aunque la tanga chata y resultona.

Uno se pregunta, si también tiene la misma licencia el sufrido ciudadano, que cuando ve el vacío en los pliegues de su escueta bolsa del mes y sabe que está a punto de vencer el impuesto de turno, si es que debe proceder al igual que lo ha hecho la Señora Ministra, eximiéndose de su obligado pago. Porque el ejemplo de la “ilustre dama” es de premio, como para enmarcar.

El Zapatos en su mezquina obligación de ganar nuevos amigos los buscó dónde no debía, encontrando los de mayor desprecio. En su “misión pagana” que no divina, no está al tanto de lo que hace su mesnada que cada vez que hablan o actúan lo hacen con mayor desatino; dicho sea esto sin ninguna otra intención. Esperemos que llegue la hora, y no el motorista, que devuelva a este hombre, el Zapatos, al fango de donde un día salió.

El viento, actuando a presión moldea la dura piedra al igual que el nuevo talante inquisidor, que ya no sólo esposa al manifestante sino que expulsa del Congreso, tanto al Diputado como a la victima del terrorismo que asisten desesperanzados al Parlamento español. También amenaza al sediento ciudadano en nuestra Comunidad o da un ultimátum, nunca mejor dicho, a un invitado hebreo.

Aquel obligado talante fruto de un envite electoral se ha convertido en un órdago con la chulería del farol. Y todo ello en tan sólo dos años de legislatura zapatera a mitad de su camino.

Quien sí que ha cumplido con su obligación es el patrón del barco pesquero “Francisco y Catalina” auxiliando a quienes lo necesitaban en aguas maltesas. Y todo ello cuando iban en la busca del sustento propio y no el de los votos; como lo hace el del Talante que ahora parece ser que va a mandar a sus huestes con mayor frecuencia por el sur de nuestra Comunidad. Piensa el Zapatos que en las aguas alicantinas es por donde puede abrir brecha y con mayor daño en la mal avenida familia del Partido Popular.

También Valencia cumple con su obligación y nos mete de lleno en una guerra de los unos contra los otros. Afilan sus garras los contendientes y la balística floral cubre el campo de batalla de la Alameda. Así debieran guerrear judíos y palestinos para cumplir con su obligación de alcanzar la paz y vivir hermanados. Aunque temo que cuando el fuego cruzado viene de los credos religiosos, la paz se convierten en un imposible con halo de misterio muy difícil de alcanzar.

Algo semejante nos está sucediendo cuando el enemigo nos ataca en una ola de calor que nos invade. También debe ser obligación del verano mostrar su belicosidad con toda su fuerza. Algo le pasa, o algo deben hacerle cuando antes no era así. Nos envía en esta ocasión un ataque pringoso, sobón, en los lomos de una apisonadora que nos aplana. Respirar el aire se convierte en una amenaza y la única barricada es la de nuestra casa a salvo de sus destellos hirientes y hasta mortales que nos merma el aliento.

Así pues, lo más racional es: qué en nuestros fogones cumplamos siempre con nuestra obligación, previo paso, eso sí, por el perol del buen hacer dónde una vez bien condimentada la esparzamos en beneficio de todos. Nunca jamás nuestro perol trencat se habrá visto cumplido con mejor obligación. Qué así sea.

Julio 2006-07-27

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